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Perorata de un artista

Por Liliana Valencia Tello

Ese lugar era su tormento, le era tan familiar y temible a la vez, que el pánico lo carcomía desde adentro cada vez que llegaba ahí. Llevaba años aferrándose a la esperanza de no volver a sentir ese pavor demencial que le producía la soledad. Una vez ponía un pie en su estudio, sus pesadillas se manifestaban como danzantes ráfagas de viento y por eso, el sudor le salía a chorros, la garganta se le secaba y las piernas le temblaban como un maremoto. Sin importar cuántas veces había estado envuelto en esa misma situación y presenciando lo mismo frente a él, la sensación de desasosiego solo se incrementaba con el pasar de los años y la angustia y la pena lo llenaban de una vacilación que solo le dejaba espacio a una certeza, pues sabía que ese momento le era tan inevitable como la muerte misma.

-Pero sin ponerse trascendentales-, este es el mismo cuento que se me repite como regla sin excepción. Soy un artista sin nombre, un vagabundo con varios triunfos y múltiples fracasos, un sujeto que no sabe hacer otra cosa que no sea pintar. Pero ¿cómo carajos lo hago? No lo sé. Porque las musas se me escapan, las imágenes se me diluyen en un parpadeo, las acuarelas se me entremezclan y lo que queda en el lienzo finalmente, no es ni la mitad de lo que veo, de lo que siento, de lo que quiero plasmar.

Creo que quedé traumatizado de mi paso por la academia de Bellas Artes. Primero, porque amaba tanto pintar, que hacerlo de una forma tradicional y profesional hizo que le perdiera el gusto por completo y sí, se supone que soy uno de los mejores pintores de la época, pero vaya piropo carente de gracia. Segundo, porque al conocer la Historia del Arte no queda más que sentarse a llorar en soledad justo en el rincón más oscuro y apartado del planeta. Porque se supone que las grandes obras del arte universal deberían nutrirlo a uno como artista, pero no, lo que genera realmente el ejercicio de convertir el arte en historia es teorizar, categorizar y analizar aquello que tiene alma, éter y por ende, es invisible a los ojos y carente de lógica mental. Además de lo anterior, lo que realmente la Historia del Arte le hace a la mente de un soñador, es aplastarle todos los sueños porque esas grandes obras de arte (geniales, magníficas, atemporales) le muestran a uno que no es nadie y que por más que quiera, siempre será una mala copia o una antítesis de lo que ya fue y jamás volverá a ser.

Pero lo peor de todo, es la sensación palpable, ineludible y compleja de saber que el arte es un vil negocio, una mercancía con precio, un lugar común, donde los poderosos se vanaglorian. El arte, único y último bastión de la libertad que sucumbió sin mayor resistencia bajo los encantos de un salvaje sistema que roba almas y tal vez, muy seguramente ya robó la mía. ¡Ay, qué lindos eran los días donde los sueños parecían cercanos, palpables, casi reales y tangibles!

El mundo se me ha hecho insoportable. El peso que cargo sobre los hombros al saber que no soy más que una máquina de hacer pinturas, me sega la vida. He tratado de no ponerle mucha atención a esa sensación de desasosiego que me produce pintar por encargo. Pero ya no puedo, estoy exhausto y cansado, de poner cara de bobo que no entendió el chiste de su mecenas, de idiota que sabe jugar un juego malicioso donde el dinero es el eje central. De imbécil, que tiene una vida deseable para el resto, pero menos para él mismo. Nadie me advirtió que esto pasaría y nadie le dice a uno a los riesgos emocionales que se expone por un poco de éxito efímero.

Pero, ¿cuál es el objetivo final de una vida de artista? Lo he pensado por todos lados y si me preguntan, les tengo dos respuestas. La  primera (dos puntos) es la fama por la fama, alcanzar la gloria de ser una clase de superhéroe, semidiós en la tierra, una especie de ser humano que se vuelve referente para otros, sólo por el hecho de ser reconocido socialmente y avalado por las grandes instituciones que ven en él un proyecto político. Esperen, no les voy a contar todo eso, porque me tomaría más tiempo del que tengo y más minutos de las que quiero gastar. La segunda entonces, sería el amor a la libertad. Se supone que los artistas son seres libres que van a su ritmo, que son el punk en pasta que hasta a ratos está  bien bonito, escrito y producido. Pero nada está más lejos de la realidad.

¿Por qué carajos se inventaron un ideal tan ridículo y poco certero? ¿Porque somos los catalizadores del universo que plasman lo intangible?  ¿Sólo por eso somos libres? ¿Quién carajos cree que eso es real? Bueno, yo lo hice por mucho tiempo, pero ahora que toco la fama con mis manos y pies completos, sé que no hay nada más alejado de la realidad que esa percepción del “artista”.

-¡Maldita sea!  necesito un respiro –

Agarro mi gabán, tomo las llaves que cuelgan de la cerradura y sin pensarlo mucho me echo a andar.  Siempre me gustó el olor a calle y lluvia recién caída, mi estudio queda en la mitad del centro de Bogotá, es un sitio privilegiado y es que soy un artista reconocido y puedo darme esos lujos, así me cueste empeñar mi conciencia, y ya untado el dedo…

Me pongo mi gabán una vez siento el frío de la tarde colándose entre mis huesos y me lanzo a caminar sin rumbo fijo, y conforme mis pasos avanzan, la mente se me calmaba porque al caminar el cerebro se oxigena y de un momento a otro, la calma llega a la cabeza. Todo aquello que me aflige el alma se esfuma al andar, ese simple y casi tonto ejercicio, siempre me saca de los laberintos de mi alma, porque por un instante, tan largo o corto como sea, ordeno mis pensamientos al sonido de mis pasos. Una vez con la mente apaciguada y gracias a la llovizna que comenzaba a caer y empezaba a mojarme, volví sin querer a mi estudio. Saco  la llaves de mi bolsillo izquierdo, abro la puerta, entro, me quito el gabán, lo cuelgo en la silla de siempre y otra vez, frente al lienzo en blanco, la mente comienza a volar.

¿Qué colores usar? Tal vez tonos cafés o unos grises. ¿Qué tengo que comunicar? ¿La sensación de pesadez? ¿La angustia existencial de vivir en un mundo que se derrumba silenciosamente día a día? – Vaya frustración ser el pintor de la corte moderna, de los gobiernos, terratenientes, hombres y mujeres adineradas que no ven más allá de su nariz. Este encargo, esta pintura, este lienzo en blanco que no logro completar, me está matando el alma, o bueno, lo poco que queda de ella. No es mi culpa, si he de vivir del arte, la única manera de hacerlo, es venderme al mejor postor pero ¿a qué precio?

Al parecer nací en el siglo indicado, la mediocridad pulula y mientras me consumo en pensamientos frente a estos soportes en blanco que intento llenar, recuerdo lo mucho que me gustan las largas caminatas para escapar de la angustia existencial. ¿Será que debería salir otra vez a caminar? Necesito algún estímulo que me permita calmar los nervios de entregar esta pieza de arte que tal vez me llevará a la gloriosa fama, pero que me enterrará en vida.

Odio los lienzos en blanco, las páginas recién prensadas, la angustia que quise plasmar en un primer párrafo lleno de alegorías recargadas de rococó lingüístico. Y es que el cóctel creativo, lleno de shots de angustia, chorritos de pánico y dulce esperanza, es la cicuta de la modernidad.

¡Maldita sea! ¿Cuántas cosas se pueden pensar frente a los soportes en blanco? El tiempo se me va en la soledad, pensando y postergando el momento de empezar a trabajar. No sé si alguien lo sepa o lo sienta igual que yo, pero una vez la idea de lo que se quiere hacer lo posee a uno, hay una frenética sensación de éxtasis donde los movimientos del cuerpo no se piensan mucho, donde la obsesión y la necesidad de ver el resultado final es fulminante. Pero ese no es mi caso hoy, este no ha sido mi camino en estos meses ¿por qué me vendí al mejor postor? ¿dinero? ¿fama?

  • ¡Paciencia mi niño paciencia! – me decía mi profesora del colegio cada vez que me veía desahogarme frente a un lienzo, yo le sonreía tímidamente, pero no paraba, seguía, en mi cuento y a mi bola, claro, pensando si de alguna manera debía hacerle caso a la profe. Pero una vez terminaba, el cansancio me llenaba las extremidades, el pulso agitado comenzaba a mermar y un pequeña euforia salía del alma.

Qué lindo sería volver a ese tiempo, donde sin importar lo que creara, la satisfacción de haber pintado era lo único que importaba. Donde el error no era tan palpable para mis adentros, donde la técnica no enceguecía el ejercicio de plasmar lo que sentía, cómo se sentía, sí, un tiempo donde no había política, ni dinero envuelto, donde era libre de sentir y ser a mis anchas, no donde cordones de fuerza me ataran por completo impidiéndome ser lo que soy, así fuera por un instante.

Me gusta pensar que los lienzos o páginas en blanco, son como olas violentas contenidas en botellas. La potencialidad que contiene el espacio vacío y más si está en blanco, es una epifanía y hace parte de ser tal vez Dios en la tierra, así sea por un instante. Claro, el ejercicio de pintar cuando se es libre y no hay intereses maliciosos, oscuros y de doble sentido de por medio, es felicidad pura, es como estar haciendo el amor con todas las ganas con una persona amada, derramando suspiros y jadeos de placer que no tienen razón de ser alguna, más de lo que son: pequeñas y eufóricas eternidades. Pero lastimosamente hace años que no siento ese placer, esas ganas que me hicieron querer ser parte de este mundo privilegiado, en el que las cuestiones de raza, sexo y etnia sí importan y lo peor, son los requisitos ineludibles que te abren paso entre los montones de soñadores que no logran un espacio real en la competencia artística.

Ahora ¿qué voy a pintar hoy? Tengo que entregar este cuadro en dos semanas, tengo el tiempo justo, pues es un lienzo en blanco muy grande y yo tengo pocas ganas de llenarlo de ideas, porque solo puedo imaginar unas desastrosas. Solo puedo pensar en Picasso: ¿cómo se le iluminó la cabeza para hacer el Guernica? o en Dalí, ¿los relojes habrán sido cuestión de sueños o de sobre pensar la realidad? Creo que jamás lo sabré, pero siempre es rico tener esas dudas circulando por la cabeza y más cuando estoy en proceso de creación, porque me recuerda que las musas llegan cuando menos las esperas.

¿Cómo hacer algo genial, nuevo, fresco, que haga que todo el mundo recuerde mi apellido desde el momento en el que termine el cuadro hasta el instante en el que otros lo vean? Esa se supone, es la pregunta que me debo hacer, pero no es mi intención, entrar en esos juegos de famas y glorias, aún así, de vez en cuando lo hago y varias veces al día lo pienso.

Vaya aporía la de la creación: por un lado, queremos crear algo que exprese nuestra visión del mundo desde nuestra alma, exteriorizándola con colores, formas y pinceladas, pero por el otro, sólo podemos pensar en el resultado de ese proceso. Pero hay diferentes formas de procesos. Siempre me ha gustado pensar, repensar y volver a pensar lo que voy a plasmar. Pero hoy, las ideas se me han agotado, la ansiedad y la angustia me carcomen y la valentía se me escapa, tengo el miedo a flor de piel, este lugar se convirtió en mi tormento, un lugar tan familiar y temible a la vez, que el pánico me pelea desde adentro cada vez que estoy aquí.

¿Dónde está mi genialidad? ¿En ser un pintor virtuoso que puede hacer lo que quiera y decide pintar mamarrachos o en hacer un buen uso de los colores en cada uno de mis cuadros? ¿En haber tenido una línea evolutiva clara que remite al mismísimo Picasso, o que las personas que ven mis cuadros sienten algo místico que ni yo mismo entiendo? Al contrario de lo que pensarían muchos, ser un pintor de líneas, puntos, caos y formas, lo que llaman pintura abstracta, me dió más renombre que ser un pintor de clase, academia y formal. ¿Pero de qué me sirve? Si a pesar de la libertad que expresan mis pinturas, no la vivo en vida propia, sino en las vidas prestadas, insertadas en la cabeza de varios transeúntes que sueñan con la idea del artista y comen mocos, pensando que la vida de un artista es color de rosa.

¡Pues no! Compréndanlo de una vez, si bien podemos nosotros los artistas no ser los sujetos atormentados que todo el mundo predice que somos, tampoco somos objetos alienados del mundo. A ver si me puedo expresar con claridad: aunque mariposa sea, la polución igual me alcanza y me mata o peor, mis dos días de vida igual pasan, llegan y se van. Nadie en este mundo puede escapar de las lógicas del mercado ¡Nadie! ni siquiera los artistas, y aunque muchos piensen que somos el último bastión de la libertad, pues se equivocan, somos los esclavos más sometidos de todos, porque nosotros lo que vendemos no es nuestro trabajo, es nuestra alma.

Pero no hay mucho que hacer, ya me he resignado, si no estuviera pintando, tendría que estar en una oficina y bueno, hay peores formas de pasar la vida. Solo me resta calmar mi mente y enfocarme en mi trabajo, tal vez tratando de no sacar a relucir el alma y más bien utilizar los elementos de mi mente, al final de cuentas la Historia del Arte puede jugar a mi favor y me puedo convertir por este instante de tormento en uno de los pintores del siglo XIX que pensaba cada detalle del cuadro antes de pintarlo o tal vez, puedo hacer La Pollock, irme a la malditasea y entregar un reguero de pintura a cuenta gotas. No es lo más responsable quizás, pero hay veces que el artista necesita la libertad de hacer mal su trabajo y más, cuando no quiere hacerlo. Tal vez, ese sea mi único método real de protesta.

Pero bueno, tal vez hay que dejar las especulaciones maliciosas de mi mente a un lado, porque al final, todo empieza con la primer pincelada o mejor, con el primer trazo de locura que sale del alma, que no se piensa mucho pero se siente hasta el fondo del corazón. Y en mi caso, todo continua con el ejercicio frenético del cuerpo que busca expresar lo que en el alma se guarda. Así que basta ya de especulaciones y en el trabajo deberé enfocarme, porque hay cuentas que pagar y botellas que comprar y, como decía mi abuelo “antes muerto que sin plata”.

Llevo años aferrándome a la esperanza de no volver a sentir ese pavor demencial que me produce la soledad frente a los lienzos. Una vez pongo un pie en mi estudio de arte, mis pesadillas se manifiestan como danzantes ráfagas de viento y por eso, el sudor me sale a chorros, la garganta se me seca y las piernas me tiemblan como un maremoto. Sin importar cuántas veces he estado envuelto en esa misma situación y presenciando lo mismo, la sensación de desasosiego solo se incrementa con el pasar de los años y la angustia y la pena, me llenan de una vacilación que solo me deja espacio a una certeza, pues sé que ese momento me es tan inevitable como la muerte misma.

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